Sinopsis

Nunca había estado más sola. Perder la cordura solo era cuestión de tiempo, y más aún, teniendo en cuenta, las criaturas que se le aparecían bajo el faro...

Capítulo 2

Tan rápido como el aire se introdujo en mis pulmones impregnándolos de un frío helador, llegó una oleada de recuerdos a mi mente. Fue tan real la sensación de movilidad, que incluso pude sentir todo lo que pasaba en mi subconsciente. En tres segundos escasos, mi corazón bombeaba con fuerza atravesando mi cuerpo con torrentes de sangre caliente, haciéndome creer que me encontraba allí de verdad, en mi verdadero pasado.

Y me transporté hasta encontrarme allí, entre esas cuatro paredes de mármol color café, donde una gran multitud de sonidos se retorcían entre las mesas de los comensales: El repiqueteo de los platos en el fregadero, las risas de los adultos satisfechos inhalando el humo denso de los cigarros, el chirriar de las suelas de los zapatos, el suave tintineo de las campanitas que chocaban con la puerta cada vez que se abría anunciando la llegada de un nuevo cliente...una increíble cantidad de sonidos que se fundían dentro de un todo casi mágico. Ocurrió justamente en ese lugar tan insignificante y vulgar, entre las cuatro paredes de la cafetería de estilo románico MincyFalls, donde, apartada en una mesa de la esquina del local, una mujer de raza negra de una corpulencia bastante considerable sujetaba a una niña entre sus brazos. La piel del infante era pálida y de aspecto suave, sus rizos castaños se recogían en un bonito guardapelo dorado. Vestía con un trajecito color crema, y golpeaba con sus pequeñas manitas la cabeza de la mujer. Al escuchar la voz tan familiar de la mujer comenzaron a pitarme los oídos.

-Estate quieta, vas a hacer que derrame el café –susurró con amabilidad.

Colocó a la niña sobre sus piernas, y esta se echó hacia atrás ocultando su rostro en los brazos de la mujer.

-¡Cuéntame otro cuento, Rose!

Lo pronunció con un tono de voz extremadamente infantil y encantador. Dentro de la cafetería ajetreada pareció que el tiempo se había parado durante un segundo.

-Qué puedo contarte hoy… –la mujer le balanceó con cuidado entre sus enormes brazos.

-Alguno nuevo.

-Qué tal… ¿Alguno de piratas?

-¡De miedo! –La niña levantó su rostro para clavar sus enormes pupilas azuladas en los ojos oscuros de la señora -¡De miedo, Rose!

La mujer negra, que vestía el uniforme a rayas de la cafetería, sentó a la niña sobre la mesa de madera, de cara a ella, de forma que sus piernecitas quedasen colgando por un extremo. Se sujetó el mandil blanco con fuerza, y acercó su silla a la mesa hasta atrapar las piernas de la niña entre sus manos.

-¿Has oído hablar alguna vez de la isla de los mercenarios? –susurró.

El rostro de la niña cambió al instante. De repente mostraba una inmensa curiosidad, y comenzó a chocar sus pies con fuerzas mientras negaba con su cabecita.

-Hace millones de años nació un rey aquí en tu ciudad, con una barba enorme y rojiza. Se decía que era ruin y despreciable, y que por encima de todo –se acercó y plantó su dedo índice en la nariz de la niña, que al contacto de su piel sintió un escalofrío por su cuerpo –odiaba a los niños felices, como tú.

El cuerpecito de la niña se encogió sobre la superficie de madera oscura. Una pareja de ancianos manejaban las cartas a escasos centímetros de su mesa. Uno de ellos hizo ademán de acercar su silla un poco para escucharlas.

-¿Sabes que es un mercenario, Tesoro? –le dijo a la niña.

-No, no lo sé –respondió avergonzaba escondiendo el rostro detrás de su pelo.

-Es una especie de asesino que cobra dinero por matar a alguien, pero con un trato personal. Es como si alguien le contratase para hacerlo. ¿Me he explicado bien?

La muchacha asintió con una sonrisa de curiosidad.

-Pues bien, el Rey contrató a uno de los mercenarios de más prestigio de todo el Reino, Sir Vladimir Sanders –la niña abrió la boca con sorpresa al escuchar la mención del segundo nombre –y le ofreció todo el dinero del mundo por aniquilar a los niños del pueblo.

El silencio recorrió el tramo de entre la muchacha y la mujer. Impaciente, la niña se abalanzó sobre ella hasta caer sobre sus robustos muslos y comenzó a golpear sus rodillas.

-¡No!, ¡No puede hacer eso! –Chilló con rabia -¡Eso es malo! ¡Eso es malo Rose, muy malo!

-Déjame acabar –le agarró de los brazos y se los estiró cruzándolos, realizando una especie de cepo humano.

Cuando la niña dejó de retorcerse, por fin habló.

-Pero muy en el fondo de ese varón, había un trocito de corazón muy puro, y al acercarse a su primera víctima tan pequeña no tuvo valor para matarla. Entonces se le ocurrió raptar a todos los niños del pueblo, y encerrarles en una isla muy, muy lejana.

La niña mostró una sonrisa enorme. La mujer rió con naturalidad como respuesta a la felicidad instantánea de la pequeña.

-Y allí permanecieron todos los niños sanos y salvos, que cuando crecieran, podrían visitar a sus padres de nuevo. Y este cuento se acabó –finalizó con tono soléenme.

-Rose…

-¿Sí, Tesoro?

-Los cuentos de miedo no acaban en final feliz… ¡Te has confundido! –La niña estalló a carcajadas, llenando la sala de un aura relajante y hermoso. La mujer la llevó en brazos hasta dejarle sentada en uno de los altos taburetes cercanos a la barra.

-Lo que aún no sabes, es que el fantasma del Rey sigue en el pueblo, y que pronto vendrá buscando venganza, para llevarse a los niños consigo.

Esto último lo pronunció con un tono tan sombrío que la niña se estremeció sobre el taburete. Segundos después, la mujer rió con lentitud y apoyó su mano sobre su cabecita, alborotándole el pelo.

-Me gustaría encontrar esa isla, Rose. Y conocer a los niños –sonrió expectante.

-Algún día podrás hacerlo. Y cuando la encuentres, ¿vendrás a verme?

-¡Claro que sí! –Chilló

Y continuaba la escena en mi recuerdo, todo lo que era ella me inundaba en pensamiento. Cada sonido, cada olor, cada instante…
No era más que una escena amable, pero no menos dolorosa, que guardaba dentro de mi insulso corazón.
Aquella niña presentaba una viveza maravillante, que como cualquier niño, veía su enorme mundo con una capa fina de color rosa: donde todo alimento es dulce, cada animal y objeto algo maravilloso, y no te preocupan los argumentos de cada conversación, simplemente te guías por lo que quieres y lo que para ti realmente importa. Muy dentro la envidiaba, pero a su vez no lo hacía.

Yo no podía cambiar mi pasado, y como cada noche que el recuerdo me aturdía, yo sabía que en unos segundos, cuando la puerta se abriese…toda esa felicidad se desvanecería en el aire.


Tan rápido como mi había expuesto mi preedición en la mente, la puerta principal del pequeño local se abrió tan fuerte que las campanillas retumbaron con brusquedad, atrayendo las miradas de todos los comensales. Dos figuras altas y curvadas se desplazaban como fantasmas agonizantes rodeados de un aire lúgubre y aterrador. Por desgracia, en mis recuerdos yo no podía visualizar el rostro de aquellas figuras tan terroríficas. A juzgar por la fisionomía exterior, eran un hombre y una mujer, que aceleraron el paso hasta enfrentarse a las dos protagonistas de mi extraño Deja vu.

Mi recuerdo enfocó en un primer plano a la pequeña niña de rostro níveo, que se había aferrado al mandil de la camarera con un pavor increíble en los ojos. Aún así no se deshizo de los brazos de acero de la mujer que acababa de entrar, que sin previo aviso, la alzó en vilo y se dispuso a dar media vuelta sin articular palabra. Mientras, el hombre se acercó a la altura de la mujer negra y le tendió un fajo de billetes.

-Esto es para ti, Rosemary, por todas las molestias.

Su voz era rígida y aplastante, capaz de convertir cualquier objeto o persona animada en piedra.

-¿Molestias? –La mujer que respondía al nombre de Rose comenzó a frotarse las manos con nerviosismo -¿Es que se marchan ya, señor Sanders?

-Así es Rosemary –la mujer de amplias curvas, cuya silueta y faz eran negras para mí, se le acercó con la niña en brazos, que observaba a su amiga robusta con los ojos apagados y desprovistos de vida –Le han aceptado en el C.E.P.F, como podrás recordar, teníamos pensado hospedarla allí.

-¿Cómo? –El rostro de la mujer se rompió en mil pedazos -¿Tan pronto?

La mirada tristona de Rosemary se paseó del rostro de la mujer al de la niña una y otra vez. Tragó saliva de manera precipitada y habló con seriedad.

-Yo cuidaré de ella.

La niña clavó sus enormes ojos azules, aún empapados con agua, en el rostro de Rosemary, la camarera del MincyFalls.

-Lo siento, Rose –respondió la mujer.

-Dadme hasta mañana, por favor –suplicó –encontraré sitio para… ¡Vivirá conmigo!

-Es una carga, créeme, ni siquiera nosotros podemos estar pendientes de ella –la niña posó sus hermosos ojos sobre la mujer que la llevaba en brazos, y después los cerró mientras contenía un gemido –por eso es que queremos dejarla allí, donde tendrá todo lo que necesite. Estará bien educada, de veras que no has de molestarte.

-Mi esposa tiene razón –contestó el hombre desde atrás – El C.E.P.F es una residencia de prestigio. Muchos niños desearían poder aprender allí.
Además, tu cariño es derrochado día a día sobre tus hijos. No debes derrocharlo también en esta cría.

La aludida cerró los puños con furia a ambos lados de su cuerpo.

-Tengo cariño de sobra para cuidar lo que me importa –escupió entre los dientes.

La mujer de la figura alta frunció el ceño enfadada Aquello último había sonado con cierto tono de insolencia dedicado a la extraña pareja. Después de suspirar profundamente, la mujer colocó su mano con cierta discreción sobre el hombro de la camarera.

-Cuídate, Rose. Pásate a verla algún día.

Por unos segundos, la mujer robusta solo pudo ver el rostro de la pequeña, que aún sin llorar, se despidió con un gesto leve y triste. Rosemary, que aún se sujetaba el corazón hecho añicos con la mano, corrió dentro de la barra y alcanzó un libro con la pasta marrón y algo deteriorada por el tiempo. Se acercó a zancadas hasta la niña y lo depositó en sus manos.

-Cuando seas mayor, podrás leerlo –le sonrió.

La pequeña muchacha le dedicó una última sonrisa y suspiró con voz temblorosa. El rostro de la mujer cambió de repente al notar que su corazón se desplomaba en aquella habitación. Más tarde la puerta se cerró, y como yo bien sabía, el recuerdo se oscurecía en mi mente y se evaporaba de forma simultanea hasta desaparecer.




Desperté sudorosa y jadeante, sobre uno de los colchones de mi habitación. Pequeños rallos de sol se dejaban asomar entre las cortinas roídas que disimulaban la sucia ventana. A pesar del calor abrasante que empapaba mi cuerpo pude denotar que la temperatura seguía fría y el ambiente húmedo y oscuro.

-¡OH! –exhalé profundamente.

Aún un poco desorientada, barrí con la mirada la oscura habitación hasta aparcar mis ojos en el reloj redondo del tamaño de un frisbee que decorada la pared.

“06:00 de la mañana, perfecto” maldije en mi fuero interno.

Decidí que lo mejor era estirar mis extremidades y quitarme la sensación de sudor apartándome el pelo pegado al cuello. Dadas las circunstancias de mi extraño, pero no menos reconocido sueño, no creía que pudiese dormir de nuevo.

Miré hacia ambos lados y palmeé algo blandito a mi derecha. Me giré para ver el cuerpo de Enry sobre mi colchón, con sus marrones ojos sin lentes pinchando mi rostro. Alejé mi cabeza asustada, dejando salir un ligero gemido de entre mis labios. Después de expulsar un trago de aire por la nariz, me dejé caer a la superficie blandita, aún con el susto en el cuerpo.

-Vaya –me aclaré la garganta, al ver que casi no podía emitir palabra –Lo siento, me quedé dormida.

-Sí, lo sé –me miró irritada –pensé que dormida dejarías de llorar de una vez, pero en tu sueño aún sollozabas.

Entonces recordé la escenita que había montado unas horas antes. Mi corazón se paralizó por unos minutos. Intenté disimular para no gesticular ni maldecir al aire delante de ella.
Visualicé exactamente mi improvisado cumpleaños, las ruines y arrogantes palabras que salieron de la boca de Virginia, y por último, lo que yo más temía. No solo había llorado delante de Enry, sino que le había enseñado el libro que había cogido de la biblioteca, cosa que yo no sabía porqué, estaba prohibido hacer sin permiso.

Me sentí idiota, aturdida por mi actuación de la noche anterior. Mi comportamiento reciente estaba rozando los límites de la locura. Me había molestado en pasar las páginas de un estúpido libro para niñas que se sienten solas, y que lo único que quieren es que les digas lo que quieren oír. Un libro para conseguir el egocentrismo propio de una adolescente que no tiene personalidad. Realmente estaba rozando la enfermedad. Me sentí ignorante y asqueada de mi misma. Lo peor era que le había enseñado ese libro a Enry, porque sentía la necesidad de tener una vida normal.


Me limité a guardarme las excusas, encogiendo mi tripa hacia dentro. Giré despacio hasta encontrarme enfrente de ella. Esperé impaciente a que se riera o dijese algo, pero no obtuve respuesta.

-Perdóname, soy subnormal –solté.

-En realidad, yo utilizaría otra palabra para describir tu actitud -contestó con rudeza y los ojos entrecerrados.

-Enserio, necesitaba explotar, pero no debí haberlo hecho contigo.

Bajé la vista avergonzada. Había quedado con Enry en no incluirla en mis problemas mentales y de marginada social. No se merecía eso.

-Eres una porquería –musitó –pero no pasa nada –carraspeó con la garganta para que le mirase. Por fin, sonreía – nunca habías llorado así, supongo que eso es bueno para desahogarse.

-Entonces… ¿Está olvidado?

Arqueó una ceja.

-Quiero decir –aclaré -¿Lo vas a olvidar?

-¿Qué si quiero, o que si lo voy a hacer?

-Gracias, Enry –finalicé con una sonrisa.

Di una vuelta en redondo para quedarme sentada sobre el colchón que había bajo la ventana. Comencé a separarme el pelo del cuello y a pasarme los dedos con intención de disimular el nido de pájaros improvisado que parecía mi pelo.

-¿Con qué estabas soñando? –preguntó indiferente, mirando al techo.

Comencé a sentir cierta presión en mi. Mi pecho comenzó a elevarse con rapidez, y la sonrisa de Enry se desvaneció al observarlo.

-Has vuelto a soñar con el día en que te trajeron aquí, ¿no?

Lo preguntó con gesto aburrido, ya que le había contado mil veces aquel sueño. Aquel recuerdo que acudía a mí cada vez que estaba en ese estado de humor tan poco inteligente. Sentí un nudo en el estómago, ya era hora de que se tomase enserio mi problema.

-Te gusta la situación, Enry.

Levantó el rostro y me miró sorprendida. Se incorporó despacio hasta quedar sentada frente a mí.

-¿Cómo?

-Disfrutas con esto. Disfrutas con la idea de que mi peor recuerdo me aturde cada noche.

Quedó en silencio con gesto ridículo.

-Disfrutas con la idea de que desearía ser como tú –afirmé.

Tardó un rato en reaccionar, pero al final lo hizo, llenando la habitación de sus carcajadas más estridentes.

-¿Quieres ser como yo? –Rió con incredulidad –Muérete.

-Sabes que no me refiero a eso –corregí enfadada –me refiero a lo de tener una vida normal.

-¿Estar viviendo en una Residencia educativa es llevar una vida normal?

-Me refiero a la infancia. Tus padres te han dejado aquí porque te quieren y no pueden cuidarte ellos mismos. –Se cruzó de brazos esperando mi sermón diario –te envían cartas y te llaman por teléfono, y no se pierden ninguna de las visitas permitidas. Yo no tengo de eso. Ellos realmente desean que tengas una buena educación.

-Yo creo sinceramente que pasarme aquí doce años viviendo no es algo bueno.

Mis mareos empeoraron. Habría faltado poco para que escupiese mis órganos por la boca. Las ganas de vomitar llegaban atiborradas de rabia contenida.

-¿Te sientes desgraciada? –chillé. Y lo había hecho con una furia casi irreconocible. Nunca había tenido una discusión con Enry de ese calibre, prácticamente porque no teníamos nada que debatir y tampoco intenciones de ello. Sentí las venas de mi frente hincharse como si las estuviese inflando con aire.

-Por supuesto que no. Simplemente creo que te haces la víctima.

-¿De verdad crees eso?

-¿Acaso no te lo haces? –respondió con malicia.

Tardé unos segundos en contestar. Tenía que deshacerme de mi rabia, no quería acabar mal con Enry. Pero por ese camino no le iba a hacer razonar. Esperé un instante hasta que una sonrisa torcida cruzó mi boca.

-¿Cuál es mi personalidad? –pregunté desafiante.

Esa pregunta le pilló con la guardia baja. Paró a pensarlo unos segundos. Se apoyó en la pared, y yo hice lo mismo, sin quitarle mis pupilas claras de encima.

-No sabría describirla, Umm…interesante.

-Claro que no puedes –bufé con ironía.

Y ella lo sabía. Los doce años que había gozado de mi compañía lo había hecho como si hablase con un fantasma. Solía desplazarme por las clases con gesto cansado y pocas veces me reía si no era con ella. Era invisible, y todo por un estúpido trauma infantil que me había dejado marcada de por vida. El estúpido trato asqueroso de mis padres, que me habían abandonado allí hacía años, por el mero hecho de que sus negocios eran más importantes. Claro que había puesto la escusa de darme una educación que algunos no se podrían permitir. Pero Enry ya se sabía toda la historia.

Suspiré, cansada y giré mi cabeza para apoyarme más aún sobre la fría pared. Enry también pareció relajar su cuerpo, y se cruzó de piernas mientras se frotaba los pies con las manos.

-Tú tienes personalidad –nos miramos al unísono –tienes una familia. Una posible vida…yo no tengo nada de eso y lo sabes. No me hago la víctima, Enry –afirmé –simplemente soy una birria de ser humano y estoy hecha de pasta de plastilina.

Sonrió ante la mención de mi ejemplo improvisado. Le respondió con una sonrisa pequeña, que se desvaneció al instante.

-No puedo superar las cosas como tú, que encima te quejas … -me reí entre dientes con un ligero toque de ira -¡Eres realmente odiosa!

Continuó mirándome con gesto expectante mientras yo intentaba expresarme sin levantar demasiado la voz.

-¡Asqueroso ser humano. Tú ya lo tienes todo!

-Explícame eso –ordenó.

-Te vistes como un puñetero arlequín medieval, con harapos negros y trajes del siglo XVIII. Tu personalidad es terriblemente absurda, casi me asusta… –comencé a alzar los brazos con gesto ridículo, inconscientemente – simplemente estás baja de ánimo sin un motivo aparente. Eres muy lista pero derrochas tu capacidad intelectual haciendo monigotes de cuervos y cementerios en clase de biología o pasándote la tarde viciada a tu estúpido anime y a esas películas de Tim Burton…

-Creía que pensabas que Tim Burton era un Dios Incomprendido –rió divertida.

Paré a pensarlo, pero poco. No era el momento adecuado de atascarse en ejemplos mal puestos.

-Déjame acabar –le ordené apuntando el piercing de su nariz con el dedo –Tú prácticamente sigues un estilo de vida en el que te mueves bien, ya tienes todo hecho. En cuanto acabes el año aquí, podrás marcharte a casa de nuevo y estudiar en una universidad.

-Vale Tesoro –pocas veces pronunciaba mi nombre entero, poco común en las zonas del perímetro –me conoces, pero dime: ¿Porqué no olvidar toda esa mierda de pasado tuyo, y ceñirte a aprovechar el presente?

Sentí mis latidos bajar la velocidad. Comencé a experimentar el frío de la cámara frigorífica en la que dormíamos. Estiré un brazo hasta alcanzar mi chaqueta de cuero en el suelo, y me la pasé por los hombros.

-Nunca he sabido lo que se siente al ser arropada.

-Continúa.

-Nunca he tenido a nadie vigilando mis caídas, pendiente de mí o de mis primeras palabras, nunca me han cuidado o mostrado algo de aprecio, descartándote a ti –me adelanté.

-Y a Rosemary –me recordó.

Enry sabía bastantes cosas de mí, pero no recordaba con frecuencia lo que me dolía escuchar el nombre de la única persona que podía haberme mostrado cariño en la vida, a la que no había podido ver en años.

-Los profesores no cuentan, ni tampoco Vlad –enuncié.

Vlad era probablemente el único compañero de clase con el que me hablaba. El centro educativo se dividía en dos edificios, el masculino y el femenino. Prácticamente no tenían relación alguna. Solo coincidíamos los de Griego y en el patio a la hora de gimnasia. No le contaba nada, no tenía confianzas con él. Simplemente le dejaba desahogarse mientras yo hacía los trabajos. No. Definitivamente, Vlad no contaba en mi lista.

-A lo que me refiero, Tes –insistió pellizcándome en el hombro –es que no puedes pasarte toda la vida así.

-No tengo vida –musité.

-No tienes porque ver solo tragedias –continuó ignorando lo último que había dicho –hay que verlas como oportunidades.

Aquello último no lo había entendido mucho. La luz entraba caliente por las cortinas. Ya se acababa el amanecer, y el sol comenzaba a brillar fuerte.

-¿A qué te refieres?

-Sabes que utilizo gafas para leer de cerca –asentí. Era algo bastante cómico. Un rostro tan lúgubre no combinaba con unas gafas amarillas y fucsias. La pobre las aborrecía -¿te imaginas que me pasase la vida fingiendo no tener vida por ser miope total?

Quise abrir la boca, pero me la bloqueó con un fuerte manotazo.

-La miopía es una oportunidad que se me ha dado para apreciar más mi vista, y a mí misma.

Suspiré; se levantó de un salto y comenzó a quitarse la camiseta para vestirse.

-Ya hablaremos con filosofía otro día, Enry –rodé sobre mí misma hasta quedar bocabajo sobre el colchón.

-Como quieras, pero recuerda –se giró para mirarme –si vas a la biblioteca otra vez, cógeme el último volumen de Chobits.

Antes de que se cerrase la puerta, pude ver como salía enseñándome la lengua y su piercing plateado, con gesto sonriente.

Olvidé las últimas frases de Enry y me apresuré a vestirme.