Sinopsis

Nunca había estado más sola. Perder la cordura solo era cuestión de tiempo, y más aún, teniendo en cuenta, las criaturas que se le aparecían bajo el faro...

Capítulo 1

'¿Siempre va a ser así?’

Inhalé una bocanada de aire profundamente, y continué mirando las diminutas gotas de agua transparente que proyectaban sombras a través del cristal sobre la pared. Me apoyé sobre el colchón quedándome boca arriba, con los ojos a medio cerrar, fijos en las grietas de humedad que pintaban el techo. La habitación seguía estando a temperaturas sobrenaturales, pero el frío congelante ya no afectaba a mi piel debido a la monotonía de mi vida, y podía permanecer en manga corta aún sufriendo el ambiente dado.

A pesar de toda la independencia que tenía entre las cuatro paredes estrechas, no me sentía del todo sola. Una vocecilla de mi subconsciente me atacaba a ratos, interrumpiendo mi deseoso silencio con la misma pregunta: ¿Siempre va a ser así?

Y como cada tarde, me respondía a mí misma con la misma respuesta, contemplando los árboles desnudos que dejaba el ventanal a la vista. ¿Qué si siempre va a ser así? ¿Que otras alternativas había? Claro que podría vagar por los pasillos intentando disfrutar de cada momento del día, o llenar mi cerebro con materia absurda, como sueños ridículos y esperanzas. También podía aprovechar de mi situación y hacerme la víctima cuando se presentase la ocasión. “¡Tú no has vivido lo que yo estoy viviendo!” podría decir, y “¡No sabes lo que es que te dejen sola y apartada!”, podría continuar. Otra alternativa sería intentar hacerme invisible para los demás, pero, con sinceridad, más fácil es convertir a los demás en invisibles, y vivir de los latidos de tu propio corazón, y no de los de otra persona. ¡Y qué importa si ese estado de pura soledad va acompañado de la monotonía en una vida perdida! Para eso siempre tenía respuesta.

“Sí. En efecto. Siempre va a ser así.”

Continué observando cada una de las grietas, rasguños, y marcas de humedad que cubrían el techo de mi cámara refrigerante. Por que era eso lo que parecía, si se sacaban el par de camas que ocupaban las paredes y esos armarios tan altos y cuadrados. Por primera vez en la tarde, la voz de mi conciencia se había difuminado, uniéndose con el golpeteo de las gotas sobre el cristal y los latidos calmados de mi corazón. Cerré los ojos y me sumergí en un profundo silencio.

Una oleada de la más increíble relajación empapó mi cuerpo con delicadeza. Estiré una de las comisuras de mis labios hasta formar una pequeña sonrisa placentera. Me sentía bien, y animada para seguir tumbada. Las preguntas de mi subconsciente habían cesado, y por fin disfrutaba de una tranquilidad real y gratificante. Pero pronto cesó la calma, al escuchar el golpe de la suela de unas botas chocar contra el parqué de madera. Y aumentaba la molestia de la situación al reconocer esa suela de zapatos.

Se aproximó a la puerta, la abrió con fiereza y seguidamente la cerró de un portazo. Se apoyó en ella con la espalda, y acto seguido desplegó sus dedos que se cerraban en un puño para dejar caer la mochila al suelo. No me hacía falta abrir los ojos para identificar a mi visitante.

-Tu comportamiento durante los últimos doce años ha sido desquiciante –entonó con rudeza –pero últimamente te noto más irritante de lo normal.

Continué visualizando la oscuridad que me mostraban mis párpados cerrados. ¿Para qué iba a hacer el esfuerzo de ver lo que tanto conocía? Probablemente estaría observándome de brazos cruzados, con la misma ropa estrafalaria que siempre llevaba. Estaba esperando a que le contestase o hiciese ademán de verla dentro del cuarto, y se pondría impaciente en cuestión de segundos, así que estaría jugueteando con el clavo que le atravesaba la lengua. Pero no me gustaba hacerle enfadar, y menos recibir la mirada de esas lentes moradas rodeadas de una espesa pintura de ojos oscura. Y lo más obvio, tampoco me gustaba enojar a una amiga.

Abrí los ojos con gesto cansado y me incorporé sentada sobre las piernas, quedándome con una visión central de la puerta, y por supuesto, una panorámica del cuerpo agazapado de Enry, con gesto asqueado. Le saludé con un movimiento de cabeza, y esperé a que reaccionase.

-Te has saltado las clases.

Suspiré; Enry se dejó resbalar por la madera hasta caer sentada, emitiendo un ruido sordo dentro de la recámara.

-Me encontraba mal –respondí.

-Sé perfectamente cuando estás enferma, y cuando no. Y la verdad es que tú siempre has sido una chica muy eficaz a la hora de estudiar. Te recuerdo que…

-…sí, lo sé –le interrumpí apartándome el tirabuzón de los ojos -es algo que también te irrita siempre.

-Pero es por lo que te aprecio, porque eres –subrayó en mayúsculas –irritante para mí.

Sonreí con desgana a mi querida compañera de habitación, que no tenía ganas de ningún comentario amistoso. En parte tenía razón, era muy raro que yo me saltase las clases, y más que mintiese a los profesores excusándome por causa de enfermedad. Pero en parte a ella no le importaba ni más mínimo lo que me ocurriese. Solo quería que todo siguiese normal, así que esperé sentada a que se diese por vencida y diese por zanjado el asunto.

Y lo conseguí. En unos segundos estiró el brazo hasta alcanzar su mochila y comenzó a abrir las cremalleras de los bolsillos.

-Tampoco te has perdido nada interesante.

-¿Algún examen? –Me incliné hacia delante -¿Cuántas veces te han sacado al pasillo hoy?

-Ninguna, pero ha sido reconfortante la clase de prácticas de laboratorio –Estiró uno de sus brazos adornado con pulseras metálicas llenas de tachuelas para sacar del fondo de la mochila un paquete de cartón envuelto con plástico de embalaje.

-¡Tatachán! –Canturreó orgullosa –comienza a pudrirte de envidia, Sanders.

Suspiré aliviada. Por fin las miradas de sospecha habían cesado, y volvía a tener frente a mí a mi compañera de cuarto, de fatigas, y sobre todo, de caras largas. Sonreí recordando a alguien que podía considerar una de mis mejores y únicas amistades, mientras ella despedazaba con sus uñas postizas el envoltorio del paquete.

Enry era bastante siniestra, pero eso formaba parte de ella. Cualquier otra chica como yo hubiese huido atemorizada de esa habitación y no hubiese aguantado la primera semana con ella. Pero al conocerla, me dediqué a seguir dentro de mi burbuja social, y a aceptar su multitud de comentarios ofensivos. Mi capacidad para hacer de ella una sombra que no me intimidase funcionó, y comenzó a aceptarme en su vida. Y de allí surgió una amistad diferente, en la que nos necesitábamos la una a la otra, pero siempre manteniendo cierta distancia. Nuestros problemas no nos incomodaban, y ninguna se preocupaba por el estado de ánimo de la otra, a no ser que fuese crucial para el desarrollo de una convivencia normal; Amistad diferente sí, pero progresiva también.

María Enriqueta ya había nacido madura. A la edad de seis años amenazó a sus padres con unas tijeras de costura enojada porque el nombre que le diferenciaba de los demás seres humanos no le parecía adecuado para el cargo social que quería adquirir en un futuro. De ahí que me obligase a llamarle Enry, aunque yo nunca entendí porqué aborrecerlo de esa manera.
Desde entonces, a los pobres señor y señora de la Hera les entró tanto pánico el tener que educarla que la internaron conmigo…pero esa era otra historia. A la edad de diecisiete años comenzó a adueñarse de estilos de música, escritores y otras muchas actividades que rodean a esa parafernalia de estilos góticos y lúgubres. Su música era sagrada, y sobre todo tenía que convivir con sus trampas en el centro educativo, como fumar en las habitaciones o escaparse en ratos libres. Pero a mí eso no me incomodaba en absoluto. Su carácter se describía en solo dos palabras: irascible y desconfiada. Su anterior compañera le había delatado por esculpir cosas con un Cutter en las paredes. Presentó una reclamación pidiendo una compañera de cuarto que fuese amable y más normal que Enry. Claro que muchas personas saben lo que quieren, pero no lo que en verdad necesitan. Y yo la necesitaba a ella.

-¡Woo! –Chilló con su voz extremadamente femenina. Un rasgo que no encajaba muy bien con su personalidad- ¡Fíjate en esto!– me señaló la caja de cartón del tamaño de una pantalla de ordenador.

-¿Otro paquete de tus padres? –entoné con curiosidad. Bajé al suelo y con las piernas cruzadas me arrastré hasta colocarme a su lado.

-Es el segundo de esta semana.

-Genial, ¿no?

Comenzó a revolver el contenido de la caja con gesto aburrido mientras que yo observaba cada una de las cicatrices que tallaban sus dedos. Últimamente se aburría mucho con el compás. Comenzó a nombrar cada uno de los objetos que sacaba del cartón.

-Dinero, pañuelos, un jersey limpio…

-¿Nada más? –sonreí en tono sarcástico. Me miró con los ojos entrecerrados y me sacó la lengua. Algo desagradable para mí, ya que dejaba expuesto el clavo metálico que me erizaba el vello de los brazos.

-¡Increíble! –gritó emocionada.

-¿Cuánto dinero es esta vez? –me acerqué a ella por detrás y apoyé mi cabeza en su hombro.

-Un mechero…no fastidies, un mechero

Colocó los brazos mirando al cielo, como si hubiese ocurrido un milagro ¡Papá cuánto te quiero!

-Espera un segundo –le pellizqué el brazo con delicadeza -¿Cómo sabes que ha sido tu padre si aquí se prohíbe fumar aún siendo mayor de edad?

-Mira esto –me acercó el pequeño mechero al rostro para leer las siglas de la parte inferior –es de su empresa. Ha tenido que ser él.

Me levanté despacio y me tumbé sobre la cama. Me quedé observando a Enry tarareando una canción mientras probaba que su nuevo mechero funcionase.

-¿Y eso que es? –Le señalé un líquido azulado que se escondía dentro de un bote de plástico -¿Enjuague bucal?

-Que graciosa –dijo soltando una risotada muy falsa –no lo sé, mira haber tú –me lanzó el bote a las manos.

Examiné el líquido pastoso con detenimiento. Ya que no había hecho nada en toda la tarde, tendría que mostrar un mínimo de energía en lo que quedaba de día. Los paquetes que enviaban los padres de Enry me servían de entretenimiento.

-Creo que es para desinfectarte eso a lo que tú llamas piercing –lancé el bote de plástico a su cama, que se encontraba en la pared de enfrente, junto a la puerta.

-Ah bueno…-metió todas las cosas en la caja y la ocultó bajo la cama –pero lo que más me ha matado ha sido lo del mechero. ¿Ves, Sanders? –Se sentó en su cama mirándome, colocando los brazos detrás de su cabeza –Otra prueba irrefutable de que mis padres intentan comprar mi amor –dijo con voz solemne.

-Pues suena irónico que intenten comprar el amor de su hija después de internarla aquí, ¿no crees?

Un silencio sepulcral inundó la fría habitación. Siempre terminaba por estropear algo compartiendo mis comentarios pesimistas. Me mordí el labio mientras observaba la reacción de Enry. A pesar de sus lentes de contacto, sus ojos se habían tornado oscuros, y su estómago rugía de rabia. Ya no había quien la parase. Tenía que leerme la cartilla sí o sí.

-Por lo menos mis padres dan la cara por lo que han hecho –contestó grosera –y no son tan cobardes como los tuyos.

A eso no le contesté. Me había pasado y tenía que cargar con las consecuencias. Por supuesto, ninguna de las cosas que estaba diciendo me parecía errónea. Enry nunca callaba una respuesta en discusiones o debates.

-Me daría asco, Sanders –se puso de pie en medio de la habitación –No, mejor dicho. Me DA asco saber que se deshicieron de ti como si fueses un mísero animal, o ni siquiera eso. Antes suicidarme a tener a esos asquerosos snobs como padres y…

-Lo siento –respondí con un hilillo de voz agachando la cabeza –he tenido un repente, perdóname. No estoy de muy buen humor.

Y la verdad, no lo estaba. Por eso me había saltado las clases ese día. Por esa misma razón había permanecido todo el día tumbada, sin hacer absolutamente nada. Nunca permanecía en un estado de alegría permanente, al cabo de unas horas se desvanecía totalmente. Y eso me traía problemas, como el silencio, que arrastraba preguntas con él. Preguntas como las de mi asqueroso subconsciente.

El tacto de unos dedos fríos rodeándome la espalda me despertó de mis pensamientos. Noté como la cama se hundía a mi derecha mientras chirriaban los muelles del colchón. Me giré para contemplar los ojos morado-falsos de Enry, que me sonreía de oreja a oreja.

-No me importan tus ataques repentinos –susurró en tono alegre.

-Gracias, eres un sol…-me aclaré la garganta y me giré para estar frente a ella. Necesitaba sacar un tema cuanto antes – ¿Has dicho que hicisteis prácticas de laboratorio, verdad?

-Exacto. No fue nada del otro mundo, salvo cuando a Virginia le tocó diseccionar su corazón de mamífero –comenzó a gesticular con los dedos –todos los fluidos y vapores sanguíneos le salpicaron su delicado rostro…

-Veo que has disfrutado mucho – sonreí.

-¡Sí! Pero eso no importa ahora –el tono de su voz cambió en medio segundo –tengo algo para ti…

Sentí una chispa dentro del vacío de mi estómago. Era bastante incómoda. Pronto supe que me empezaba a inundar la curiosidad. Y eso era perfecto, ya que me aportaba una distracción perfecta.

-¿Para mí? –Comencé a frotarme ambas manos mientras esperaba a que Enry sacase de su bolsillo mi inesperada sorpresa -¿Y qué es?

-¡Qué ironía! –Chilló con una voz extremadamente aguda –el mechero me viene que ni pintado para esto.

Paré un segundo a pensar en sus palabras y fruncí el ceño.

-¿El mechero? ¿Para que necesitas el…?

Entonces lo comprendí, y me quedé sin aliento, con los ojos como platos.

-Feliz cumpleaños, Tes.

Colocó con delicadeza el pequeño pastelito chocolateado sobre mis manos. Mi respiración entrecortada provocaba ligeritos espasmos en la llamita de la vela de cera blanca. Era increíble que algo tan pequeño provocase tal efecto en mi organismo. Sentí que se me congelaba la sangre de las venas, y mi rostro comenzó a tornarse blanco.

-¿No me vas a decir nada, eh? –Preguntó impaciente –Son las ocho y media. Justo a tiempo.

Apenas podía mover mis labios. No podía quitar los ojos del color anaranjado de la llama de fuego que adornaba mi pastel de felicitación. Conseguí reaccionar en unos segundos escasos. Ni si quiera me había acordado de algo tan obvio.

-Es…es…es mi cumpleaños.

Enry levantó una de sus cejas llenas de aritos plateados y me miró con incredulidad.

-¡¿Me estás vacilando?! –preguntó irritada.

-¡Hoy es mi cumpleaños! –Me incorporé de un salto, y después me agazapé en el suelo de madera con cuidado de no apagar la sensible estructura de cera -¡No me puedo creer que no lo supiese!

-Tes –me agarró de los hombros y comenzó a balancearme con gesto de locura –Hoy es 15 de Octubre, empanada.

Me paré un segundo a pensarlo. No me había acordado de mi propio cumpleaños, y no precisamente por estar muy ocupada. Todo lo contrario, había tenido todo el tiempo del mundo en acordarme. Una de las opciones era que estuviese tan ocupada en cerrarme en mi burbuja que todo me diese igual. Y la segunda, una cuestión de la filosofía del ser humano: no nos queremos acordar de aquello que no nos gusta y tampoco nos acordamos de lo que no es importante. Y tal vez fuese ese el hilo de la cuestión. Que no era un día importante para mí.

-¿Qué se siente al tener dieciocho? –. Se retiró a la zona de su armario y comenzó a sacar ropa de los cajones -¿Hambre? ¿Superioridad? ¿Alguna necesidad más intima, como por ejemplo...?

-¡Cállate! –aquello lo dije muy alto. Aún no podía salir de mi asombro –Dímelo tú, porque eres quien debe saberlo. Cumpliste dieciocho el año pasado.

-Pues no te sé decir, la verdad –Comenzó a quitarse la camiseta para ponerse el pijama –Todas esas necesidades las había sentido mucho antes…

-Que graciosa –suspiré en tono irónico.

-Ten esto –me entregó un espejito de mano –mírate a ver si te ha afectado la edad o no.

Apoyé el pastelillo en el suelo y tomé el espejito con ambas manos. Suspiré.

Apenas había cumplido los dieciocho, y seguía teniendo la cara pálida y sonrosada. No aparentaba ser mayor de edad. No, para nada. Los mofletes redondos seguían en su sitio, al igual que los ojos azul claro y el pelo castaño ondulado hasta la altura del pecho, aunque lo llevaba recogido en una maraña de moño pelón. Los tres lunares de debajo del ojo seguían marcándome el rostro, como lo harían de por vida. Hice una mueca desagradable. No me gustaba mirarme demasiado. Aborrecía mi reflejo al igual que mis fotos.

-Creo que no he cambiado mucho –exhalé una bocanada de aire mientras me sentaba en el suelo al lado de mi regalo sorpresa.

-Esto también es para ti –me lanzó un libro forrado con cuero negro. El golpe hizo eco entre las cuatro paredes que nos separaban del resto del mundo. Palpé el libro con ambas manos y repasé las letras del título con el dedo: “El sepulturero, por Enry D.H”

-¿Es tu último libro? –Pronuncié con alegría -¿El que nunca me dejaste leer? ¿Aquel proyecto que decías que no servía ni para matar moscas?

-Pues mira, al final sirvió para algo –sonrió –ahora sopla la vela y cómete tu regalo –Se giró para mostrarme su torso desprovisto de ropa alguna, excepto de la interior.

-Lo haré cuando te pongas algo de topa encima –le dediqué una de mis muecas más famosas mientras elevaba mi regalo a la altura de la barbilla.

Se puso un pijama de Pesadilla Antes de Navidad y se sentó a mi lado alrededor del pastel. Extendió la mano y apagó la luz de la habitación, alumbrando solo nuestros rostros con un ligero rubor anaranjado.

-Pide un deseo.

-No –le solté.

-Pide un deseo –insistió entre dientes.

-No creo en esas cosas Enry.

-Ya, pero yo sí. Y lo que yo diga aquí va a misa, ¿oíste, Sanders?

-Eso no lo puedo cuestionar –y nos reímos juntas.

Cerré los ojos y coloqué mis labios formando una U. ¿Pedir deseos por cumpleaños? No era algo que soliese hacer, pero a nadie le cobran por probar. Apreté los párpados y soplé la pequeña velita, dejando la habitación completamente a oscuras. El silencio y el olor de la ceniza quemada nos rodearon por completo.

-¿Y ahora qué? –pregunté en la oscuridad.

-Tendré que celebrarlo, ¿no? –Escuché como se incorporaba y se ponía de pie -¡Woo! Cumpleaaños feliz…

De repente la puerta se abrió de par en par, y una sombra rectangular llenó de luz un tramo de suelo, cegándonos a mí y a mi compañera. Virginia, una adolescente de lo más repelente, se apoyaba en la puerta con gesto crítico. Lucía un espantoso pijama rosa con vuelo.

-Chicas, sería conveniente que ventilaseis la habitación de vez en cuando –comenzó a mover la mano de arriba abajo frente a su nariz – Ángela va a venir de un momento a otro, y tenemos que procurar el mayor silencio posible.

-Tú, bicho. –Enry surgió de entre las sombras de nuestro cuarto, aún con el maquillaje negro sobre sus ojos. Virginia se echó hacia atrás asustada, y se colocó su precioso pelo rubio detrás del cuello mientras se ruborizaba avergonzada por su retirada ante Enry.

-¿Sigues con tus ritos satánicos? Deberías saber que hay ciertas normas, como la del silencio. Y no querrás que vuelvan a sacarte al pasillo en la noche, ¿no?

-¿No tienes nada mejor que hacer que corretear como un guardia civil?

-Tengo que ser fiel al comité de alumnos estrella, Enriqueta - La última palabra la pronunció con retintín y descaro –y parece que tú eres lo más desastroso de este centro.

-Saca tu orgullo de quinceañera de aquí ahora mismo o te arranco tu cabeza de Barbie de cuajo –se acercó a ella con gesto amenazante. Me levanté de un salto y coloqué una mano sobre su hombro. Le susurré muy bajito al oído intentando calmarle.

-Algún día, Enry…podrás hacerlo.

Esta inspiró profundamente y se metió de nuevo en la oscuridad.

Virginia siempre había sido muy pulcra y snob. El comité de “alumnos estrella” era una absoluta tontería, pero alguien tenía que encargarse de que cada pasillo se callase a su hora antes de que el monitor llegase. Por desgracia, la pequeña Virginia debía patrullar en el pasillo de las mayores, y se comía la mayor parte de los insultos. Muchísimas de las veces en las que fumaban algunas de las residentes, ella corría ha contárselo a los profesores. Al cumplir los quince años, se había vuelto aún más irritante. Por suerte, yo siempre estaba al lado de Enry para recordarle que “algún día” podría cargarse a ese pequeño producto de televisión hortera y música pop. Pero eso sí, Enry no podía aguantarla. Eran peor que dos polos opuestos. Eran dos campos de guerra enfrentados entre sí, y yo su muro fronterizo.

-Somos maduras para saber lo que hacer –me adelanté para hablar con Virginia, que me observaba con una sonrisa malévola –pronto dejaremos de hacer ruido, no debes preocuparte.

-No es culpa tuya Tes, solo debes aprender a amordazar a tu mascota.

Se escuchó un gruñido procedente de la habitación. Cerré un poco la puerta para que Virginia no pudiese escuchar la subida de tono de las palabras que estaba soltando Enry dentro.

-Por cierto –interrumpió el proceso del cerrar de la puerta colocando su pie en la ranura –felicidades de parte de mí y de las chicas, Tes. He oído que cumples dieciocho –puso los ojos en blanco.

-Gracias –soné muy convincente. En realidad, era muy buena mintiendo –díselo a los demás también.

Cerré la puerta al instante y encendí la luz. Enry estaba sentada en mi cama, con la cabeza entre las piernas. Se aferraba a su corte de pelo con los puños, mientras hacía fuerza chirriando sus dientes.

-Ya se ha marchado –dije mientras levantaba el bollo de chocolate del suelo.

-No sé porqué me contengo tanto –me miró apoyando las manos en sus mejillas –debería coger un rifle y hacer de este mundo un mundo mejor.

Nos miramos a la vez, y comenzamos a reírnos juntas. Me encantaba reírme con ella. Era algo realmente gratificante. Me senté de nuevo en la cama, con el ronroneo de la tormenta asustándonos en la noche, con las gotas aún golpeando el cristal con fiereza.

-Estás a dieta, pero te dejo comer tu regalo –soltó observando el dulce entre mis manos.

-Gracias, eres muy amable.

Permanecimos tumbadas en mi cama durante unos treinta minutos, a oscuras de nuevo, alumbradas con la luz de las farolas de la calle que entraba por la ventana. Yo despedazaba mi bomba de carbohidratos aprovechando mi momento de gloria para comer, mientras ella escuchaba su música con unos cascos y un walkman. Por supuesto, tenía el volumen por las nubes, gesticulando a la vez que escuchaba los chillidos y gemidos de los cantantes de heavy a los que amaba. No le gustaba oír mi respiración o mi masticar mientras descansaba, era algo que le ponía nerviosa.

Después de unos segundos, llegó de nuevo la oleada de preguntas a la que temía. El resbalar de las gotas proyectaba ligeras sombras en las paredes. Había pasado otro año más. Otro año en el que no había aprovechado ningún segundo de mi vida, otro año siendo nadie ni nada. No podía contenerme, y al final separé mis labios para soltar toda mi incomodéz.

-¿Y ahora qué?- entoné entre susurros.

Esperé unos segundos. Sabía que había podido oírme. Como yo esperaba, apretó el botón de pausa y se giró para estar tumbada frente a mí. Suspiró con gesto cansado.

-Sabía que ibas a decir eso.

-Qué iba a decir si no –entoné enfadada –afrontemos la realidad, Enry.

-¿Qué realidad? Solo es un día más. No pasa nada por cumplir años, Tes.

-¡Eso es lo que me preocupa! –me incorporé, sintiendo un ardor en el estómago, que rasgaba mi tripa igual que si fuesen las puntas de un tenedor –es otro año más, Enry.

-Sí, ¿y?

-¿Cómo que “y”? –apenas podía salir de mi incredulidad –Otro año más sin vida.

-Tes –cogió su mano y la colocó bajo mi barbilla –tu vida dejó de tener sentido desde hace mucho tiempo.

-Ni siquiera es eso, ni siquiera tengo vida.

Comencé a notar una ligera humedad en mis ojos. Me mordí el labio a causa de los nervios y evité el tacto de su mano.

-¡No te pongas melodramática ahora! –me replicó enojada.

Sonaron dos golpes secos en la puerta. Giramos nuestros rostros al unísono para observar con detenimiento la estructura de madera.

-¡Sanders, silencio absoluto, ya!

Reconocimos la voz de la monitora Angélica al instante. Moví los ojos hacia un lado de la habitación para ver la hora en el reloj de pared. Eran las nueve en punto. Hora del silencio general en el centro educativo profesional.

Permanecimos unos segundos sin decir palabra hasta que la monitora corrupta se pudo haber ido.

-¿Crees que esto es drama? –Hablé entre susurros, con los ojos aún húmedos y las manos temblorosas -¿Crees acaso que debo estar contenta en un día como este?

-Tes, yo…

-Seamos sinceras Enry –le miré con furia y tristeza –no soy nada y lo sabes. No tengo nada que pueda dar sentido a mi vida. Ni siquiera tengo los puntos básicos para alcanzar la felicidad

Me giré sobre mí misma y saqué un cuaderno de hojas cuadriculadas de debajo de la almohada. Mi compañera me observó sorprendida. Después su rostro se tornó medio verde.

-¿Te has colado en la biblioteca? –cogió mi libro con una fuerza bruta increíble.

-Tienes que leer esto –se lo arrebaté de las manos y comencé a pasar hojas con velocidad.

-¡Pero serás hija de..!

-¡De la Hera! –chilló de nuevo Ángela con su voz de camionero.

-¡Peeerdooonaaaa! –respondió Enry a voces, haciendo ademán de irse a dormir, golpeando el suelo con los pies -¿Estás loca, Tes? Este año no hay quien te reconozca.

Paré de pasar páginas al llegar a la sección de felicidad extrema. Era un libro para chicas adolescentes con problemas mentales, pero me había dado una idea general de mi problema.

-Fíjate en esto –mi voz se transformó en la de un narrador improvisado –“tres rasgos que pueden llenar de sentido tu vida: Amor, amistad y salud. También hay que destacar los sueños y las metas de cada persona”

-¿Vas a la biblioteca y robas esa chorrada? –Resopló aburrida –Increíble…

-¡Escúchame Enry! –le agarré del brazo con fuerza -¿Dónde tengo yo el amor? ¿Eh? –me miró durante un buen rato sin decir nada -¿He tenido alguna vez amor en mi vida? –mi cara comenzó a llenarse de churretes -¿Alguna familia me ha dado amor?

El silencio simboliza lo evidente. Continuó observándome cabizbaja, y me tomé ese detalle como una indicación de que siguiese hablando.

-¿Amistad? Eres la única persona con la que puedo contar, Enry. ¿Salud? ¿Pasarse doce años metida aquí dentro, entre estas estúpidas cuatro paredes es saludable?

-Tes, enserio…

-¡Cállate! –chillé entre sollozos. Esperé a que Ángela entrase a ver que pasaba, pero ya debería haberse ido –¿Qué esperanzas tengo yo, Enry? ¿Qué sueños? ¡Nada! Porque es lo que yo soy. Nada.

-Bueno, ya eres mayor de edad –me agarró de las manos para intentar tranquilizarme. Una de mis lágrimas me provocó un escalofrío al deslizarse por un lateral de mi cuello– puedes irte de aquí.

-Dime a donde voy Enry, dime que trabajo puedo encontrar. ¡Cómo pagarme la universidad! ¡Dime si alguien sabe que existo! –Le agarré de los hombros con fuerza –Dímelo porque yo no lo sé.

En retortijón de mi estómago se ensanchó hasta reventar de una manera incontrolable. Finalmente, me desplomé sobre mi única y mejor amistad, y rompí a llorar de una manera casi inhumana. Algo que jamás había hecho antes.